Análisis especial del Equipo de Economía y Geoestrategia

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I. Introducción: cuando la política se achica y el poder se concentra

La economía mexicana ha ingresado en una fase de vulnerabilidad estratégica. La segunda administración de Donald Trump ha reinstaurado un modelo económico neoproteccionista, que redefine unilateralmente los términos del intercambio con sus socios comerciales. En este escenario, la reacción del gobierno de Claudia Sheinbaum ha sido, cuando menos, insuficiente; y en no pocos aspectos, pasiva, improvisada y políticamente miope. Mientras Estados Unidos aplica doctrina de poder estructural, México responde con doctrina de contención burocrática.

II. Aranceles, deslocalización y sumisión migratoria

El arancel del 25% a los vehículos no ensamblados en Estados Unidos es más que una medida económica: es un acto geopolítico. Con este golpe, Trump no solo compromete más de 78 mil millones de dólares en exportaciones mexicanas, sino que reconfigura la arquitectura industrial de América del Norte. México, en vez de anticiparse, reacciona. La industria automotriz representa cerca del 4% del PIB mexicano. A pesar de ello, no se han desplegado medidas fiscales de alivio, ni estrategias de relocalización productiva, ni un discurso firme ante la amenaza estadounidense. El Estado mexicano, convertido en gestor de daños, parece haber renunciado a su capacidad de negociación estratégica. Peor aún: el regreso del programa “Quédate en México” reinstala a nuestro país como muro humano de contención migratoria. Sin fondos, sin condiciones, sin dignidad. El silencio del Ejecutivo frente a esta cesión de soberanía resulta políticamente alarmante y moralmente reprobable.

III. Calificadoras, instituciones y el veredicto técnico

Fitch Ratings advierte sobre “riesgos sistémicos” para los bancos mexicanos. Moody’s degrada la perspectiva del país a negativa. El BID, el Banco Mundial, el FMI y la OCDE recortan sistemáticamente las previsiones de crecimiento de México para 2025, ubicándolas entre 1.2% y 1.5%. Estas no son percepciones. Son diagnósticos duros de una economía que no ha sabido construir amortiguadores estructurales. Las advertencias sobre debilidad institucional, gasto inercial, falta de inversión en infraestructura productiva, y el desmantelamiento de organismos técnicos autónomos, son señales de un modelo de desarrollo fallido. Frente al proteccionismo estadounidense, México necesitaba un Estado fuerte, no uno ideologizado y tecnófobo.

IV. Una asimetría brutal: poder estructural vs. poder simbólico

La relación entre México y EE.UU. no es bilateral: es asimétrica. Lo explicaron Keohane y Nye desde los años 70: la interdependencia asimétrica favorece siempre al que puede imponer condiciones. Trump domina los nodos de poder estructural: moneda, energía, tecnología, seguridad. México, por el contrario, ha visto deteriorar todos esos frentes. La falta de una estrategia de diversificación de exportaciones, de atracción de inversión de alto valor agregado, y de una inserción inteligente en los mercados globales, exhibe los límites de la política económica de Sheinbaum. Su gabinete económico, fragmentado y sin liderazgo claro, ha sido incapaz de construir una narrativa coherente frente al embate norteamericano. México no está negociando: está administrando su impotencia.

V. Sheinbaum: ¿tecnocracia sin estrategia o continuidad sin proyecto? Claudia Sheinbaum ha optado por una política económica conservadora en lo fiscal, populista en lo social, y tímida en lo industrial. El continuismo respecto al modelo de López Obrador ha frenado toda posibilidad de renovación estructural. – No hay reforma fiscal progresiva que permita al Estado invertir en ciencia, tecnología o infraestructura estratégica. – No hay política energética moderna, sino un regreso a la dependencia fósil, en un mundo que ya gira hacia la transición verde. – No hay alianzas comerciales inteligentes, sino una complacencia retórica con un nacionalismo que no protege ni genera soberanía. Ante los aranceles, el Estado mexicano debía ofrecer una respuesta industrial, diplomática y política integral. Pero ha optado por el cálculo electoral, la pasividad diplomática y el voluntarismo discursivo. En lugar de convertir la amenaza en oportunidad de transformación, la administración Sheinbaum parece atrapada en su propio laberinto de inercia e indecisión.