Discurso, poder político y hegemonía cultural

El control del discurso público es uno de los instrumentos más poderosos del ejercicio político contemporáneo. No solo estructura la agenda de debate público (agenda setting), sino que configura el encuadre (framing) desde el cual la sociedad interpreta la realidad. En un contexto global marcado por la posverdad y la fragmentación informativa, las palabras, más que los hechos, pueden definir la legitimidad del poder. El populismo discursivo convierte al lenguaje en arma de movilización simbólica.

Antonio Gramsci advertía que quien domina el sentido común dominante establece una hegemonía cultural, es decir, una forma de gobierno sobre las conciencias. Michel Foucault agregaría que el poder se ejerce también en el lenguaje y en los sistemas de verdad que una sociedad acepta como legítimos. Zygmunt Bauman, por su parte, señalaba cómo la liquidez de las relaciones sociales contemporáneas favorece formas volátiles, pero altamente eficaces, de control simbólico. Hoy, esa hegemonía se disputa no solo en la prensa, sino en redes sociales, algoritmos y narrativas emocionales. Controlar el discurso es controlar el poder, las percepciones, la memoria colectiva y la interpretación de la realidad.

AMLO y la Cuarta Transformación: palabra como mandato

El sexenio de Andrés Manuel López Obrador representa un caso ejemplar del uso estratégico del discurso como mecanismo de consolidación política. Su narrativa de la Cuarta Transformación (4T) posicionó al actual periodo como parte de una saga histórica nacional, y al propio presidente como líder moral de ese proceso. Este relato simplificó la realidad en una lucha binaria entre “el pueblo bueno” y “los conservadores corruptos”.

Las conferencias matutinas —las mañaneras— se convirtieron en el eje de una estrategia de comunicación inédita: mediante ellas, AMLO impuso diariamente la agenda informativa, neutralizó intermediarios y polarizó el espacio discursivo. Según datos del INE, más del 70% de las menciones mediáticas en semanas clave del sexenio correspondieron a temas abordados en las mañaneras, demostrando su capacidad de influencia. No solo se comunicó; definió a sus adversarios, deslegitimó a medios y organismos autónomos, y se posicionó como única fuente autorizada de verdad: “yo tengo otros datos” es una frase emblemática de su régimen narrativo.

A través de etiquetas como “prensa fifí” o “intelectuales orgánicos”, el presidente creó un adversario universal funcional. Esta simplificación de la complejidad favoreció la movilización emocional y erosionó la deliberación racional. A pesar de múltiples verificaciones que señalaban afirmaciones falsas o engañosas, el relato presidencial mantenía credibilidad frente a amplios sectores, gracias al uso reiterado, emocional y legitimado del discurso.

Sheinbaum: continuidad narrativa con reto propio

Claudia Sheinbaum ha asumido el poder no solo político, sino discursivo. En sus primeros meses de gestión, ha replicado el formato de comunicación matutina y ha sostenido la narrativa de continuidad con la 4T. Ha reforzado la dicotomía entre “el pueblo” y “las élites”, manteniendo el relato épico heredado. Sin embargo, lo hace con un estilo más técnico y menos carismático, lo que abre el interrogante sobre la eficacia simbólica de su presidencia.

Encuestas recientes del Instituto Belisario Domínguez indican que, aunque la aprobación inicial de Sheinbaum supera el 60%, su capacidad de movilización narrativa no alcanza el mismo nivel de penetración emocional que su antecesor. A medida que su gobierno avanza, será clave observar cómo evoluciona su discurso: si se adapta a nuevas coyunturas, si diversifica su tono o si incorpora nuevos símbolos que reemplacen los del liderazgo fundacional de AMLO.

Oposición y sociedad civil: estrategias y efectos de la resistencia discursiva

Los partidos opositores han tenido enormes dificultades para articular una narrativa propia. La candidatura de Xóchitl Gálvez intentó posicionarse desde la denuncia de la continuidad como amenaza autoritaria, pero su marco simbólico careció de cohesión. Las organizaciones de la sociedad civil, como Sí por México, y las masivas marchas en defensa del INE, sí lograron posicionar ciertos lemas, pero no construyeron una contra-épica sostenible.

A pesar de estas limitaciones, se han desarrollado estrategias de resistencia discursiva a través de medios digitales, redes sociales, memes, sátira política y periodismo independiente. Plataformas como Latinus, Aristegui Noticias o El Reforma han contribuido a mantener abierta la arena informativa. Algunas campañas virales como #ElINENoSeToca o #AMLOmiente han logrado generar resonancia, aunque su efecto ha sido episódico y defensivo. No obstante, han obligado al discurso oficial a responder y, en ocasiones, a modificar el tono o el contenido de sus mensajes, evidenciando que la resistencia discursiva puede tener efectos concretos en el equilibrio simbólico del poder.

Redes sociales, inteligencia artificial y bots: nuevos campos de batalla

Uno de los aspectos más dinámicos del análisis político en México ha sido el uso intensivo de redes sociales como herramientas de control del discurso. La 4T ha sabido articular mensajes virales y capitalizar el poder de TikTok, Twitter/X y YouTube para amplificar su narrativa.

A esto se suma el uso —cada vez más sofisticado— de bots y redes automatizadas, tanto por actores gubernamentales como opositores, para amplificar hashtags, atacar adversarios o imponer tendencias. Un informe de Signa_Lab reveló que durante eventos clave, como la discusión de la Reforma Electoral, más del 40% de las cuentas activas eran automatizadas.

La inclusión de inteligencia artificial generativa —como GPTs, deepfakes o contenido sintético— plantea un nuevo umbral de manipulación discursiva. Esta tecnología permite generar discursos, imágenes y videos manipulados con alta verosimilitud, lo cual amenaza con desdibujar la frontera entre lo real y lo fabricado. El riesgo no solo reside en la desinformación, sino en el colapso de la confianza pública en cualquier fuente.

Desde una perspectiva ética, esta situación exige marcos regulatorios claros que garanticen el derecho ciudadano a una información veraz, plural y verificable, así como una reflexión profunda sobre los límites del uso de IA en contextos democráticos. Propuestas como la creación de observatorios ciudadanos de IA política, la trazabilidad obligatoria de contenidos generados por algoritmos, y la tipificación legal del uso doloso de IA en campañas, deben formar parte de una nueva arquitectura institucional. La manipulación informativa algorítmica puede convertirse en una forma silenciosa pero devastadora de censura o control simbólico.

Medios masivos y corporativos: ¿contrapeso o cooptación?

Los grandes consorcios mediáticos, como Televisa y TV Azteca, han mantenido una relación ambigua con el poder. Aunque han permitido espacios de crítica, también han recibido beneficios económicos y concesiones, lo que los coloca como actores funcionales al poder más que contrapesos reales. El modelo de “capitalismo de cuates” ha permeado también al ecosistema informativo.

La crítica más contundente al discurso oficial ha venido de medios digitales independientes y del periodismo de investigación, aunque muchas veces han sido objeto de hostigamiento desde el púlpito presidencial. La fragmentación informativa, el sesgo algorítmico y la desconfianza en los medios tradicionales han generado un entorno donde coexisten múltiples verdades, pero pocas certezas compartidas.

Recepción social: ecos múltiples, no unanimidad

El discurso de la 4T ha sido eficaz en su emisión, pero su recepción ha sido diversa. Estudios del Centro de Opinión Pública del ITAM muestran que mientras un 78% de los entrevistados en zonas rurales coincide con las afirmaciones presidenciales, solo un 34% en áreas urbanas con educación superior lo hace. Las diferencias generacionales también son marcadas: los jóvenes muestran mayor escepticismo y disposición a contrastar fuentes.

Estas variaciones evidencian que la disputa no es solo por la emisión del discurso, sino por su recepción, resignificación y apropiación. Algunos grupos reproducen la narrativa oficial con fervor; otros, la reinterpretan críticamente; muchos, simplemente la ignoran. Allí reside el verdadero desafío político a futuro: ¿quién controla el sentido último de lo que se dice y cómo se internaliza en las conciencias?

Comparaciones internacionales: el patrón populista global

Casos como Trump en EE.UU., Bolsonaro en Brasil, Orbán en Hungría o el kirchnerismo en Argentina muestran patrones similares: uso intensivo del discurso, creación de enemigos internos, ataque a medios críticos, utilización de redes sociales y apelación emocional. Sin embargo, México combina estos elementos con una estructura institucional aún democrática, donde los contrapesos aún existen, aunque debilitados.

La lección internacional es clara: el control del discurso puede generar hegemonía momentánea, pero si no se traduce en mejoras reales, deviene en desgaste. El riesgo no es solo autoritario, sino también de deslegitimación sistémica.

Implicaciones éticas y a largo plazo: ¿hegemonía o desgaste?

El control narrativo plantea dilemas éticos sustanciales. ¿Hasta qué punto el Estado puede imponer una narrativa sin vulnerar la libertad de expresión o el derecho ciudadano a la información plural? La construcción hegemónica del discurso puede vaciar de sentido el debate público, erosionar la confianza en las instituciones y generar cinismo ciudadano. A largo plazo, esta hegemonía simbólica puede derivar en apatía, polarización o radicalización.

Por otro lado, la dependencia excesiva del relato también limita la capacidad de adaptación del poder. Cuando la realidad contradice el discurso, el riesgo de crisis de legitimidad se incrementa. Para la oposición y la sociedad civil, la clave estará en construir alternativas discursivas sólidas, éticas, empáticas y fundamentadas en la pluralidad democrática.

Conclusión: la palabra como campo de poder

El sexenio de AMLO y los primeros meses de Sheinbaum han confirmado que en México el discurso no es un complemento del poder: es su estructura misma. La disputa política contemporánea no se libra solamente en las urnas o en el Congreso, sino en las narrativas que moldean lo que la sociedad considera justo, posible y verdadero.

El control del discurso es control del futuro. Pero también es una forma de fragilidad: una narrativa sostenida sin resultados tiende a desgastarse. La oposición, por su parte, debe dejar de imitar y empezar a imaginar. Solo quien articule una nueva promesa simbólica, con verdad, justicia y horizonte, podrá disputar el sentido común dominante. La batalla no es solo por la verdad, sino por el derecho a nombrarla —y el deber ético de preservarla en condiciones de dignidad, libertad y pluralismo.